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FOTOGRAFÍA: MARIO COLÁN

SOBRE LA IZQUIERDA PERUANA Y SUS EXPERIENCIAS DE GOBIERNO

A raíz del libro “Incendiar la pradera”, de José Luis Rénique, que a modo de ensayo rastrea una narrativa de las ideas revolucionarias y el radicalismo en el Perú, me surgió una reflexión sobre un tema poco afrontado en los debates de la izquierda peruana, de la que me asumo militante. Quizá esta reflexión se puede resumir en la pregunta: ¿Cuáles son los vínculos de las ideas revolucionarias con las formas y técnicas de gobernar revolucionariamente?

Guillermo Valdizán Guerrero

Publicado: 2016-06-10


PROYECTO, PARTICIPACIÓN Y GESTIÓN

Desde el gobierno de Velasco hasta la actualidad han existido y existen, con sus justos matices, gobiernos locales, regionales y nacionales de “izquierda”, “progresistas”, “no alineados”, entre tantas hierbas. En ese escenario siempre ha surgido una compleja relación política entre “proyecto-participación-gestión”, vale decir entre el programa que orienta hacia adelante el ejercicio del poder, la participación de la gente en la construcción de ese proyecto y los métodos, técnicas e instrumentos desde los cuales se ejerce el poder para consolidar dicho proyecto. Del SINAMOS al Plan Regional de Desarrollo Concertado de la gestión edil de Susana Villarán, pasando por las experiencias de gobiernos regionales y municipales en diversas zonas del Perú a partir de los ochentas hasta hoy, dicho triángulo ha sido un campo de tensiones y sus resultados han sido importantes pero poco institucionalizados, difusos o anulados por siguientes gobiernos.

En los noventas el fujimorismo consolidó una política corrupta que articulaba neoliberalismo, clientelismo y centralización de la gestión del Estado. Esta política resultó ser tan perversa como eficiente, al punto de quedar como añoranza de muchos de los votantes en las elecciones nacionales del 2011 y 2016. El clientelismo fujimorista empezó a disputar, por ejemplo, una de las más reconocidas políticas sociales de izquierda en Lima, los Comités de Vaso de Leche, al punto que durante muchos años las dirigencias de estos comités se dividían entre izquierdista y fujimoristas.

Tras la caída de la dictadura y el proceso de transición democrática, los diferentes gobiernos nacionales (Paniagua, Toledo, Alan y Ollanta) se alinearon a la ortodoxia económica, no cumplieron con afianzar el proceso de descentralización e hicieron un fetiche de la “participación ciudadana”, cual nota a pie de página de las instituciones liberales de democracia representativa. Asimismo se consolidó una tecnocracia formada profesionalmente en universidades extranjeras, orientada al fortalecimiento del dogma neoliberal y el crecimiento económico bajo el slogan “frente a las ideologías nosotros generamos soluciones especializadas” y, a nivel de instancias ciudadanas y ONGs, empezó a diseminarse conceptos como “gobernabilidad”, “ciudadanía”, “incidencia”, con alcance en la gestión pública. Tanto la tecnocracia como estas otras instancias tenían una premisa en común: “la política reside en el consenso, no en el conflicto”. Se evidenciaba así una articulación entre escenarios, técnicas y retóricas para generar un consenso entre expertos que servía para aplacar el “ruido político” (1).


REVALORAR LA EXPERIENCIA PARA GOBERNAR

Recordaba la cantidad de investigaciones, ensayos y publicaciones sobre las ideas de izquierda en el Perú (gruesos libros, tapa dura, casi siempre feas portadas), que no es tan amplia pero tampoco es una orfandad. Ahí me preocupaba, volviendo a la pregunta inicial, la baja intensidad de debate sobre las experiencias de gobierno de la izquierda y sus formas de resolver el triángulo “proyecto-participación-gestión”. Y cuando digo “gobierno” no me refiero solo a las instituciones estatales sino a instituciones dirigenciales en barrios, centros de trabajo, universidades, o movimientos indígenas, LGTBI, juveniles, culturales, etc., donde se “gobierna” en pequeña escala y en algunos aspectos específicos de la vida de una comunidad.

En muchos casos la izquierda en el gobierno ha sido conservadora porque al renunciar u olvidar su Plan Máximo (llamémosle con cierta ironía “La Gran Transformación”) y contentarse con ejercer un Plan Mínimo (llamémosle con cierta agonía “La Hoja de Ruta”), ha ido desdibujándose como propuesta de gobierno. Héctor Béjar menciona en una reciente entrevista, que ello ha venido sucediendo en los gobiernos progresistas de América Latina de los últimos años ¿Se trata de un proceso de domesticación de las fuerzas antes revolucionarias o es el inevitable destino de pasar de las calles a las oficinas estatales? Algún anarquista diría que desde las instituciones estatales no se puede transformar el sistema capitalista y sonaría bien pero, como toda respuesta preestablecida, hay que mirarla esperando más.

Si ánimo de decir lo obvio (neoliberalismo salvaje, correlación de fuerzas, poderes fácticos, etcétera) y sin intención de dar respuestas, considero que es importante ver que la izquierda o el progresismo peruano no se ha caracterizado por debatir con tanta intensidad las formas, técnicas, estilos y sus propias experiencias de gobierno, más allá de los límites despolitizadores de las teorías de la gobernabilidad. ¿Es posible desarrollar un gobierno guiado por ideas revolucionarias sin crear métodos, técnicas e instrumentos revolucionarios?, ¿este es un asunto exclusivo de burócratas y tecnócratas? Para quienes impulsamos ensayos de poder popular existe un gran reto en la pregunta: ¿qué instituciones, instrumentos y procedimientos traducen de mejor manera ese poder?

La materialidad e institucionalidad que permite el ejercicio del poder también es una dimensión fundamental de la política, y para la izquierda debe ser un ámbito para fortalecer la radicalidad. Ni los debates sobre los métodos insurreccionales, acción directa, tomas de calles; ni los debates sobre la coronación de una sociedad democrática a través de la “gobernabilidad” y la “incidencia ciudadana” tienen muchos aportes para responder dicha pregunta. La derecha ha avanzado en ello a tal punto que, por lo menos, a nivel económico ha logrado una hegemonía incuestionable, sostenida (entre otras cosas) por la creación de técnicas de medición, la elaboración de indicadores, la implementación de sistemas de inversión pública, entre otros. Y tras la caída del modelo estatista de la URSS aún no hemos sido capaces de crear un modelo (o modelos) económico alternativo al capitalismo. Lo mismo en la gestión estatal, claro que con mayores logros, pero sin desmarcarse de la lógica y los instrumentos del neoliberalismo. Este es un vacío a cubrir fundamental.

Una ruta a explorar, además de abrir el debate sobre estos puntos, es revalorar políticamente el sentido de la experimentación colectiva del ejercicio del poder. Por ello es importante analizar esas experiencias de gobierno de izquierda que hoy mismo existen y hacer de dichas experiencias la semilla de nuevas instituciones de gobierno.


(1) Esta idea, así como gran parte de este artículo, es parte de una investigación en curso de Joaquín Yrivarren, próxima a ser publicada.


Escrito por

Guillermo Valdizán Guerrero

Precario aprendiz de brujo, celebrante, guamanpomista y a veces bellamarquino.


Publicado en

ALIASPERU

A unos les gusta el alpinismo. A otros les entretiene el dominó. A mí me encanta la transmigración (Oliverio Girondo).