ya acabó su novela

Portada de la revista amauta, elaborada por josé sabogal

EL TRABAJO CULTURAL Y LA IZQUIERDA

El presente artículo reúne esbozos para un debate aún pendiente sobre la necesidad de asumir desde el campo de las izquierdas peruanas la estela mariateguista de la política entendida desde su dimensión cultural.

Publicado: 2019-09-22

La política entendida en su dimensión cultural es la arena donde se disputan las razones, afectos, sentimientos y prácticas comunes que definen los modos en que organizamos nuestra convivencia en sociedad, su reproducción o transformación. Esta arena se conforma de dos tensiones dialécticas que le dan fortaleza y movilidad al mismo tiempo. Por un lado, la tensión entre las condiciones materiales y las subjetivas, sin jerarquía economicista entre ellas sino entendidas desde su profunda intimidad, desde los puntos de encuentro entre el devenir económico, los cambios en las instituciones de gobierno, las correlaciones de fuerza, las luchas sociales, los símbolos y narrativas culturales. Por otro lado, la segunda tensión se compone de la coerción y la legitimidad, el uso institucional y racionalizado de la fuerza y el consentimiento respecto al orden socialmente imperante, dos caras indivisibles del poder sobre las que transita todo proceso político, social, militar o electoral, así como la permanencia de los resultados de dichos procesos a lo largo del tiempo.  

Por ello decimos que toda victoria política tiene como prólogo una victoria cultural, es decir un cambio profundo en las mayorías respecto a sus valores, saberes, gustos, afectos, espiritualidad, símbolos e interpretaciones, entre otros ingredientes. Ahondar en la dimensión cultural de la lucha política es vital para avanzar hacia transformaciones profundas y duraderas, siempre y cuando logremos ubicar dicha dimensión en el marco de las dos tensiones dialécticas mencionadas. Los discursos sin base material ni voluntades organizadas son tan infructuosos como la escena opuesta, leves sujetos colectivos que buscan la transformación sin contar con un horizonte de sentido. Asimismo, el ejercicio de poder desde las instituciones sin la consolidación de una autoridad espiritual en las mayorías resulta tan limitado como una legitimidad sin garras ni dientes institucionales para defenderse, convertirse en hegemonía y perdurar en el tiempo.

Desde las últimas décadas del siglo pasado hasta hoy, partiendo de la caída del Muro de Berlín, hemos experimentado una disputa cultural que ha sido ganada por los sectores afines al capitalismo, el colonialismo y el patriarcado, los cuales ha pretendido equiparar la derrota del socialismo eurocéntrico con el fin de la historia. Recientemente los populismos están siendo la estrategia en el terreno de la disputa política tanto de izquierdas y derechas en distintos países del mundo, una respuesta a la necesidad de construir mayorías para alcanzar el poder por la vía electoral. No obstante, antes del desarrollo de dicha estrategia ya los cambios tecnológicos en las comunicaciones, así como las empresas de marketing y la publicidad habían reorientado la política, tomando el lugar dejado por la ideología o, mejor aún, poniéndose a disposición para la consolidación de una ideología global basada en la exacerbación del consumismo depredador, la preponderancia del individuo como centro de las libertades y de la inversión privada como eje de la economía mundial y de las economías nacionales. En ese camino, los medios de comunicación de masas del siglo XX fueron rebasados por el internet, debido a su interconectividad e interoperatividad, dando un vértigo a los cambios culturales, destruyendo viejas certidumbres e identidades de largo plazo o, cosechando reactivamente, identidades autárquicas y conservadoras, en el marco de una inimaginable red virtual de algoritmos y utilización de datos personales para manipular voluntades masivas como no ha existido antes en la historia de la humanidad.

Tras la derrota de los socialismos realmente existentes de finales del siglo XX y la consagración global del neoliberalismo, la hegemonía cultural ha sido, y es, un campo de batalla duro de recuperar por las fuerzas de izquierda y progresistas, cada vez más cómodas en el rol de oposición pero sin la capacidad de inventar un nuevo horizonte que supere el estatismo y la redistribución de la riqueza. Política e ideológicamente entrampados entre la nostalgia de certidumbres autorreferenciales y el elogio posmoderno a la fragmentación de identidades y agendas, nos resulta sumamente complicado retomar la construcción estratégica de un proyecto de totalidad y un sujeto político que comprenda los profundos cambios culturales y económicos que en la actualidad conforman los sentidos comunes de los individuos y las sociedades. En esa confusión, apuramos salidas de corto alcance, restringimos nuestro rol a la agitación movilizada del descontento social, participamos en las contiendas electorales, realizamos trabajo de base en barrios y desarrollamos campañas con nuevas técnicas de comunicación. Sin quitar la importancia de todo ello, es necesario señalar que son respuestas aún insuficientes y que, en muchas ocasiones, sufren la deriva de un voluntarismo ensimismado sin cohesión con las mayorías sociales. A la fecha, en el Perú neoliberal, son pocos y aislados los esfuerzos por macerar un proyecto cultural, político y espiritual que permita imaginar y orientar otras maneras de convivir y gobernarnos. Nuestro activismo pragmático devela, como contracara, una renuncia a la producción de un horizonte cultural transformador, conformándonos con habitar el margen crítico, más no la hegemonía cultural. Si el proyecto cultural del neoliberalismo tiene como premisa la fragmentación de los sujetos colectivos de cambio, podríamos decir que estamos jugando claramente bajo dicha premisa.

Este problema no es novedoso en la izquierda peruana y puede rastrearse en sus experiencias históricas. Solo por poner un corte temporal articulado a un momento de hondos cambios históricos a nivel nacional y mundial, diríamos que en los años sesentas del siglo pasado con las guerrillas del ELN y el MIR, las tomas de tierras por parte del movimiento campesino, el surgimiento de la nueva izquierda, el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas que dirigió en su primera etapa Juan Velasco Alvarado, la caída de Morales Bermúdez y la Asamblea Constituyente, los procesos de articulación de las izquierdas para afrontar el escenario electoral y su clímax en la conformación de Izquierda Unida, la tragedia que significó Sendero Luminoso y el MRTA entre los ochentas y noventas, las luchas contra la dictadura fujimorista en los noventas o las experiencias electorales regionales y nacionales del presente siglo ¿Cuál fue el trabajo de consolidación de horizonte de sentido, producción intelectual y estética, renovación política e ideológica que acompañó el trabajo político y organizativo de estos procesos? Del monolito marxista leninista que impulsaron los PC desde inicios del siglo XX se pasó a la osadía de los movimientos de liberación nacional y las guerrillas, cobrando en el continente americano un lugar central las experiencias de Cuba y Nicaragua, sin que ellas hayan generado necesariamente renovación en la producción de teoría socialista desde Latinoamérica y posteriormente la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México, con poca repercusión en las izquierdas peruanas. Resaltan como excepciones en el cono Sur los intelectuales de la Teoría de la Dependencia, el surgimiento de la Teología de la Liberación de la mano de Gustavo Gutiérrez, o esfuerzos como los de José María Arguedas o Aníbal Quijano, provenientes del espectro de las izquierdas, pero alejados (o en proceso de alejamiento progresivo) de partidos. Ya en el siglo XXI lo que se ha profundizado es el divorcio entre el campo intelectual, artístico y cultural con la institucionalidad partidaria, movimientos sociales o sectores organizados.

Así pasamos de ser presas del esencialismo economicista como eje ideológico que se fundamentaba en el socialismo eurocéntrico que definía la preeminencia de la estructura económica sobre la superestructura política y cultural, y por ende del entendimiento de la lucha política como la aplicación del esquema "burguesía-proletariado", a fascinarnos en la actualidad por las posturas posmodernas del fin de los metarrelatos y la micropolítica, sumando de manera parcial algunos discursos renovadores como el feminismo, la interculturalidad, la decolonialidad, el ambientalismo y el Buen Vivir, pero sin procesarlos ni incorporarlos a una producción teórica capaz de arraigar los discursos y prácticas renovadoras al horizonte de nuestras matrices históricas y culturales. Cabe mencionar que esta situación no es exclusiva de las fuerzas de izquierda y progresistas, pues en todas las instituciones políticas actualmente se puede percibir esta orfandad de planteamiento ideológico cohesionador que supere al eficiente simplismo que implantó hace tres décadas el neoliberalismo.

Este resultado histórico actual suena contradictorio frente a los inmensos aportes políticos y culturales legados por Víctor Raúl Haya de la Torre y, especialmente, por José Carlos Mariátegui, quienes durante las primeras décadas del siglo pasado trabajaron arduamente por la elaboración de un proyecto de horizonte de sentido tan complejo como el del socialismo indoamericano, y por las alianzas políticas y sociales a nivel nacional e internacional para darle fuerza a dicho horizonte. En el caso de Mariátegui, ese proyecto se cristalizó en su aporte a la fundación de la Confederación General de Trabajadores del Perú, así como la creación del Partido Socialista Peruano y la publicación de revistas como Labor y Amauta. Esta última, recientemente objeto de investigaciones y exposiciones, resulta un ejemplo vital sobre la disputa cultural en el proceso de construcción de un proyecto político que se funda en una creativa interpretación de la realidad desde sus múltiples aristas, con capacidad articuladora de fuerzas heterogéneas, con producción teórica dialogante con los procesos sociales del país y el mundo, así como con una apertura ideológica y estética que le permitió al propio Mariátegui la “peruanización” heterodoxa de su marxismo.

En la actualidad, en un escenario de crisis civilizatoria que ha rebasado no solamente a las fuerzas del cambio sino también a sus paradigmas de interpretación de la realidad, es imprescindible asumir el trabajo de renovación teórica, estética y espiritual, articulada a la práctica de las grandes mayorías, como parte de la disputa por la subjetividad y las representaciones del mundo. Este elemento es central para superar el esencialismo, el pragmatismo y la fragmentación imperantes que, sin duda, resultan favorables a los intereses de quienes sustentan el status quo. Audacia para nutrirse de la imaginación y las pasiones populares, generosidad para reconocer entre los fragmentos los diversos materiales sustanciales de trabajo y vocación para experimentar con dichos materiales y cultivar un horizonte de sentido simbólico, afectivo y narrativo que fortalezca un proyecto de país orientado hacia el Buen Vivir y retomando la senda mariateguista de la construcción del socialismo indoamericano. 

En estas horas críticas la tarea de construir hegemonía adquiere carácter de urgencia debido a los peligrosos límites del actual modelo civilizatorio cuyo desarrollo está agotando las posibilidades de vida sobre el planeta. Pero también a la emergencia de fuerzas vitales y transformadoras en los pueblos indígenas y originarios, los pequeños y medianos agricultores, ambientalistas, feministas, colectivos artísticos y culturales, organizaciones juveniles, emprendedores y trabajadores organizados que están presintiendo en sus luchas y celebraciones otras formas de convivencia en armonía con la Madre Tierra. He aquí un reto urgente y de largo aliento que tiene como principal escenario el corazón y la imaginación de nuestros pueblos.


Guillermo Valdizán Guerrero


Escrito por

Guillermo Valdizán Guerrero

Precario aprendiz de brujo, celebrante, guamanpomista y a veces bellamarquino.


Publicado en

ALIASPERU

A unos les gusta el alpinismo. A otros les entretiene el dominó. A mí me encanta la transmigración (Oliverio Girondo).