POLÍTICA DE LOS AFECTOS Y ELECCIONES 2020
El neoliberalismo culturalmente se sostiene en dos premisas: 1) asume que la sociedad se mueve como si fuera una empresa, exacerbando las lógicas de acumulación y competencia; 2) ejerce una política de los afectos que inflama el deseo del individuo consumista y lo encumbra como escalón final de la libertad humana. Cuando son desbordados los umbrales de consentimiento frente a la desigualdad y discriminación de este régimen entonces se activan sus componentes represivos y mediáticos para quebrar relaciones sociales, disciplinar cuerpos y estigmatizan posiciones críticas o abiertamente disidentes. A cambio de ello se ofrece una experiencia inmediata de libertad que busca domesticar las conductas y prácticas, bajo las dos premisas señaladas, para asegurar la reproducción social del neoliberalismo. A decir de Spinoza: “luchamos por nuestra servidumbre como si de nuestra libertad se tratara”.
El problema que tenemos quienes estamos en la otra orilla es que nos enfocamos en una crítica de la dimensión económica e institucional del neoliberalismo, sin vincularla con esa eficaz política de afectos (entendiéndola como la articulación de prácticas, hábitos y sentimientos de las multitudes en su capacidad destituyente y constituyente del ejercicio de la política), en una época en que la domesticación de los afectos en la vida cotidiana, presencial y virtual, se han convertido en uno de los campos de batalla por excelencia. Esta desvinculación ha sido capitalizada por los sectores conservadores, populistas y fascistas, funcionales al neoliberalismo, que han logrado articular la defensa del modelo económico con ciertos refugios sociales de afectos e identidades ensimismadas ante la desigualdad, el caos y la incertidumbre que produce dicho sistema. De aquí surge una radicalización de su política de afectos en la que el vertiginoso individualismo de consumo es reemplazado, o complementado, con una imagen monolítica de la familia, religión, tradiciones, sexualidad, etc., vistos por refugios nostálgicos de absoluta certidumbre.
La aún incipiente construcción de un horizonte civilizatorio que supere la modernidad capitalista está avanzando en propuestas como el Buen Vivir. No obstante, esta construcción es un proceso de largo plazo cuya intensidad e irradiación aún en maceración. Pero en los fueros del presente es más que necesario cultivar una actitud más osada y experimental para desplegar estrategias sensibles que articulen otra política de los afectos, basada en la articulación de prácticas y hábitos, de cuerpos y símbolos, que se sintonizan en oposición a las premisas neoliberales de los afectos. De ahí que, en vez del gobierno empresarial de la sociedad, el individuo consumidor y los "refugios de certezas", estas estrategias asumen una lógica de confrontación no piramidal y se sostienen en la reconciliación entre seres humanos y naturaleza, la apuesta por el poder de lxs trabajadores, las prácticas colaborativas y la afirmación de la diversidad cultural, entendidas como certezas abiertas y en constante experimentación, directamente articuladas a las disputas por un modelo económico más justo y la democratización de participación política, entre otros puntos.
En los últimos años se están logrando avances en esta dirección. En Perú la radicalización de los sectores conservadores, populistas y fascistas responde, en parte, a los avances liberales en la afirmación de las diversidades en el campo de las políticas estatales. Pero también en otros escenarios de disputa se están consolidando prácticas, articulaciones, símbolos y sensibilidades que son cimiento fructífero para esta otra política de los afectos. Ejemplo de ello es la disputa simbólica durante el período de crisis política que inició el 2016 y que continúa abierto. Un pueblo volcado a las calles en marchas, carnavales, acciones escénicas, murales, bailes, canciones, activismo virtual y varios otros dispositivos no basados en esquemas ideológicos definidos, pero sí en altas dosis de energía destituyente y, al mismo tiempo, otras buenas dosis de politización de la vida cotidiana, identidades, hábitos, corporalidades y símbolos. Ello generó que dicha energía ciudadana anticorrupción se articulara masivamente a la efervescencia de la participación peruana en la semifinal de la Copa América, la inauguración y las medallas de los Juegos Panamericanos 2019. La camiseta blanquirroja aparecía como un símbolo que era usado por millones de peruanxs para encontrarse a celebrar bien los golpes a la mafia aprofujimorista por parte de los Fiscales, bien los goles de la selección o bien las festividades tradicionales y populares que asumieron la lucha simbólica contra la corrupción.
Otros ejemplos recientes aparecen en las elecciones congresales 2020, surgidas en pleno escenario de crisis de régimen, tras la disolución del Congreso, donde impera la dispersión, fragmentación y las mismas reglas de juego de participación en la política institucionalizada. Rebasando (más no negando, menos aún renegando de) la dimensión programática e ideológica, empiezan a tomar fuerza pública la dimensión performativa y la eficacia de la política de los afectos, expresada no en adhesiones ideológicas que buscan militantes ni en productos de media training que buscan nichos electorales, sino en biografías, prácticas y cuerpos disidentes que, con su presencia, interpelan políticamente a los afectos neoliberales que organizan la sociedad peruana principalmente sobre experiencias cotidianas y obedienciales de desigualdad, jerarquía y discriminación.
Gahela Cari, militante trans indígena, e Isabel Cortez, sindicalista de los servicios municipales de limpieza de Lima, postulan al Congreso con el N° 8 y 20 de Juntos Por El Perú, respectivamente. Mujeres provenientes de los sectores populares, que forman parte de organizaciones sindicales, indígenas y de la diversidad sexual, logran encarnar desde sus corporalidades y prácticas un conjunto de sensibilidades que se articulan sobre la base de experiencias de precarización, discriminación y explotación. No se trata de “personajes” inventados para elecciones ni de "productos" de marketing político. Tienen las reivindicaciones inscritas en sus cuerpos, hábitos, vestimentas e identidades. Si bien se posicionan con claridad ideológica en términos clasistas, su capacidad de politización está marcada principalmente por afectos e identidades que encarnan la diversidad como fruto de un esfuerzo colectivo, la desobediencia como goce común y el esfuerzo por salir adelante como una pulsión de vida opuesta a los intereses económicos de los "dueños del país". Con ambas compañeras se abre una potencia a seguir consolidando en la construcción de una política de los afectos desde los sectores que enfrentan los afectos neoliberales desde la fértil y sudorosa celebración de la vida en común que nos emparenta con todo lo viviente.