LA TENDENCIA CONSERVADORA Y EL PROCESO CONSTITUYENTE
Somos una sociedad conversadora. Así, en primera persona. Y no me refiero solamente a “Con Mis Hijos No Te Metas”, a la “Coordinadora Republicana” o a partidos como “Fuerza Popular”, “PPC” o “Solidaridad Nacional”, entre otros. Esa tendencia conservadora recorre nuestros partidos de izquierda y progresistas, nuestras amistades, colegas y familias. Tampoco se agota en algunos puntos del debate público, sino que actúa como orientador de comportamientos y formas de relacionarnos en espacios públicos y privados.
Podríamos llamar tendencia conservadora a aquella estructura cultural orientada a la preservación y continuidad de aquello que sentimos propio, de esas pautas lógicas, emocionales, racionales, simbólicas, cotidianas que guían lo que somos y nos dan un sentido de pertenencia a una identidad que busca ser estable en el tiempo. Dicha tendencia es sumamente importante para consolidar nuestra identidad personal y colectiva, pero su deformación es el autoritarismo y, en términos políticos, el fascismo, tan cercano al presente mundial. La certeza indiscutible de sus postulados deriva en una disminución de la diversidad cultural y un temor reactivo a las posibilidades de experimentación y cambio.
Históricamente, los períodos de crisis como los que vivimos en el Perú han derivado en profundas transformaciones o reformas tanto a nivel institucional como a nivel cultural. Es en estos períodos que las fuerzas políticas y sociales que defienden sus intereses a través de la defensa del estatus quo, buscan encarnar la tendencia conservadora de la sociedad, apelando a los límites de la institucionalidad y las fibras más resistentes del sentido común en crisis, azuzando el natural temor al cambio, asociándolo con inestabilidad, caos e incertidumbre. No obstante, la terrenalidad de la crisis en marcha es el principal cuestionador de ese sentido común y de ese temor, impulsando a las mayorías afectadas a tomar posiciones de cambio que en otras circunstancias hubieran demorado más en macerar. Sin embargo, esa terrenalidad no basta para neutralizar el conservadurismo.
La disputa entre el espíritu transformador y el conservador tiene una dimensión vivencial, concreta y cotidiana, en donde queda constancia que el actual modelo no puede ya resolver lo fundamental de la vida en sociedad. Vale recordar que desde los noventa del siglo pasado hasta fines de la primera década de este siglo el neoliberalismo logró superar el momento de su imposición dictatorial y construyó una legitimidad social basada en la recuperación económica, la disminución de la pobreza y la reinserción del país al capitalismo global, a costa del incremento de la desigualdad y la precarización de la vida de las mayorías. Ello permitió al menos un nivel de tolerancia social que sirvió para modelar nuestras formas de convivencia (hacia la individuación extrema, la competitividad sin reglas y el consumismo como principal acceso a la ciudadanía) y las instituciones del Estado (cambio de la Constitución, blindaje del Ministerio de Economía y Finanzas, privatizaciones, políticas sociales focalizadas, entre otras).
Ese nivel de tolerancia ha sido rebasado por la crisis de régimen que vive el país con mayor intensidad desde el 2016 y la pandemia del COVID 19 actuó como un acelerador de todo ese acumulado. Esto marca una diferencia entre la generación de jóvenes de las últimas tres décadas, crecidas en el boom macroeconómico, y la actual “Generación del Bicentenario”. Esta última está viendo desmoronarse las posibilidades de su futuro durante este 2020. Debido a la pandemia mucha juventud ha tenido que pasar de colegios particulares a colegios del Estado, han abandonado su carreras universitarias, han perdido sus trabajos y para colmo han sido reprimidos y estigmatizados por protagonizar las protestas de este año.
No obstante, esa inestable vivencia de los estragos de la crisis dialoga con estructuras culturales de mayor arraigo y permanencia en nuestras identidades y relaciones sociales. Ahí es donde se aloja el dispositivo conservador, a modo de ansiolítico y autodefensa ante la dramática crecida de la crisis, sobre todo en las clases sociales medias y altas. Más que una posición política, se trata de una búsqueda de estabilidad personal y social ante un escenario marcado por la incertidumbre y la perdida de posibilidades. Claro que ese mismo dispositivo es capitalizado políticamente por los sectores que defienden el estatus quo de sus propios privilegios.
Mientras un sector de la sociedad, cada vez más amplio, sustenta la consigna “No queremos volver a la normalidad porque la normalidad era el problema”, otro sector plantea que la “nueva normalidad” es mantener el modelo con ciertas reformas. En medio de ello, la CONFIEP y las derechas agitan el miedo al cambio de la Constitución, asociándolo a “intereses políticos” de una “izquierda radical” e “infiltraciones terroristas”. Ante ello, quienes apostamos porque la única forma de resolver la crisis actual de manera democrática y con protagonismo popular es desarrollar un proceso constituyente, solemos antagonizar con la tendencia conservadora y fácilmente la dejamos en manos de los defensores del estatus quo. Considero que caemos en un error poniendo el antagonismo en la "transformadores / conservadores" o "lo nuevo y lo viejo", y no en el plano de los privilegiados del modelo frente a los precarizados del mismo.
Es necesario considerar que nos corresponde encausar la tendencia conservadora de la sociedad dentro de la tendencia mayoritaria de cambio. Ese instinto social de preservación y continuidad ante la crisis es vital ya que el proceso constituyente no es una lista de buenos deseos y grandes novedades sin asidero material ni social, sino una "actualización democrática" de formas de convivencia, participación y producción que ya existen en el seno de la sociedad peruana y que hoy no están reflejadas ni atendidas por la institucionalidad estatal ni el mercado. Asimismo, consideremos que el proceso constituyente no culmina en la aprobación de una Nueva Constitución en el Congreso, sino que ese proceso es apenas el adelanto de un proceso de largo plazo orientado a afirmar otras formas de convivencia, de ejercicio del poder, la participación y la producción en la sociedad peruana.
Finalmente, tengamos claro que, si nosotrxs no interpretamos y encausamos la tendencia conservadora de la sociedad, será la derecha autoritaria y las mafias quienes haga de ella el espíritu de su identidad política para ganar afinidad popular, coqueteando, como ya lo han hecho recientemente, con posiciones filo fascistas. Ya Mariátegui nos mostró formas dialécticamente creativas para articular la tradición y la modernidad en la construcción de un proyecto político con hegemonía cultural. Tenemos una tarea vital entre manos que requiere actuar con osadía e inteligencia.
Guillermo Valdizán Guerrero.