GOBIERNO PARA SALVAR Y CELEBRAR LA VIDA CON LOS PUEBLOS (de Edmundo Murrugarra Florián)
“¡No voy a dejar que muera la gente ¡”, ha sido un potente grito lanzado por Verónika Mendoza en esta campaña electoral. Resume el diagnóstico de un orden y civilización de la muerte y puede ser punto de partida para tejer la concurrencia de actores sociales, culturales y políticos para formar gobierno en apoyo a los pueblos que aspiran a cambios radicales y urgentes para salvar y celebrar la vida en la tierra. Hoy, la gente muere por las oleadas de virus que migran a los humanos por la destrucción de la biodiversidad en cada rincón del planeta. Y muere porque, confundiendo felicidad con acumulación infinita de riqueza, se destruye la vida y se lleva a niveles indignantes la desigualdad de naciones, clases, etnias, culturas, géneros y edades. Ahora mueren humanos porque arrasamos con los no humanos.
Lo bonito, sin embargo, es que oleadas insurgentes de los pueblos antes colonizados de América estremecen el viejo orden de la muerte. Ya en las nuevas constituciones aparece la semilla que reconoce dignidad y derechos a los seres no humanos, empezando por la Madre Tierra. Y en medio de la muerte por el virus reverdecen las semillas de la crianza mutua, del ayni entre todos los seres para salvar y celebrar la vida. Ya no están solos, Vallejo que aprendía en las orejas de su burro, Mariátegui que en 1916 propuso ampliar el Evangelio Cristiano para incorporar a los árboles al mandato evangélico de amarse los unos a los otros, y Arguedas que resistía la muerte en el colegio clerical volando al infinito con la vibración cósmica del trompo zumbayllo. La misma ciencia occidental corrobora el valor sanador de la matriz milenaria de nuestra civilización. Crisis sanitaria y tragedia planetaria nos hablan de un callejón sin salida de la civilización que nos colonizó. Pero desde el Perú de los Andes Amazónicos podemos hacer minga con los pueblos para construirnos otra civilización, la de la celebración de la vida.
Transcurridos doscientos años de la República Criolla, en esta campaña electoral los partidos y líderes políticos que en todos matices políticos, copiamos y calcamos las formas de vivir la vida de las metrópolis colonizadoras sentimos la fundada desconfianza de los pueblos. Ningún partido político asume la responsabilidad del desastre nacional. Como si no fuera el Perú donde vivimos el vergonzoso espectáculo de tener siete presidentes camino a los penales. Y allí los tenemos, ricachones convencidos que el tamaño de su billetera es suficiente argumento para seguir prendidos a las ubres del Estado, muchos de ellos investigados por su cercanía o pertenencia al crimen organizado, políticos que recitan lecciones de un languideciente liberalismo capitalista que siempre fue hostil a la gran civilización Andino Amazónica. Y por el lado de quienes se reclaman continuadores de tradición socialista, un pragmatismo teórico y ético que se ahorra la crítica al fracaso del socialismo eurocéntrico y camufla su desprecio a nuestra civilización con un atado de ismos a la moda. Era previsible su dispersión y aislamiento de los millones de productores y trabajadores.
En este panorama de inestabilidad política y larga penuria sanitaria y económica, resalta, sin embargo, la presencia de Verónika Mendoza de Juntos por el Perú. Ya habíamos visto en 2016 cómo los pueblos respaldaban los mensajes de esta una mujer mestiza, andina y universal. Claro, igualmente vimos cómo despilfarró ese respaldo y se refugió en el rincón de los cuestionados Gregorio Santos y Vladimir Cerrón, que el orden conservador usó entonces y usa ahora para impedirle disputar una segunda vuelta electoral. No sabemos aún cuanto le ha servido esa experiencia para que ella y el círculo cercano de sus colaboradores salgan del pragmatismo entusiasta juvenil.
Por lo que ha expuesto en el debate actual, está lista para una articulación de fuerzas que como Gobierno de Todas las Sangres atienda las emergencias sanitaria y productiva. Así madurará el momento constitucional, del nuevo contrato o constitución que empiece por reconocer la dignidad y derechos de todos los seres, redefina el papel de la minería, recupere la biodiversidad depredada y potencia la voluntad de los pueblos agropecuarios y manufactureros para seguir maravillando al mundo y a los visitantes. Es el camino para estabilizar al país y hacer viable la convivencia democrática y pacífica. Para esta tarea es imperioso que ella y su equipo no confundan un manojo de ismos a la moda con el arduo trabajo teórico y de investigación científica y recuperación de sabiduría ancestral. Es lo más práctico para no extraviarse en la alianza con actores de diverso color y en tiempos tumultuosos.
Es la manera de hacer que el grito de Verónika retumbe en todos los corazones y confines del territorio. Hace cuarenta años, con la ternura amorosa de Un vaso de leche para los niños, Alfonso Barrantes Lingán lideró a Izquierda Unidad en la contienda por la Alcaldía de Lima y ganó la colaboración de fuerzas y personas de diverso color político para una administración memorable. Hace más de dos siglos y en la tierra de Verónika, Cusco, lo intentaron Túpac Amaru II y Micaela Bastidas, de la que es heredera. Es hora de aprender de los aciertos y errores de nuestros ancestros, lejanos y cercanos porque tenemos el mandato de Mariátegui, de no calcar ni copiar sino crear un socialismo indoamericano. En el seno de la matriz andina amazónica acoger y redefinir los aportes de las culturas para salvar y celebrar la vida.