TIEMPO DE CARNAVAL Y LUCHA DEMOCRÁTICA
¿Cómo aportan las artes y las festividades como los carnavales a las luchas sociales en el Perú de estos tiempos hirvientes? Esta es una pregunta que me viene dando vueltas desde inicios de este siglo, pero que ahora ha vuelto con fuerza en el marco de las protestas contra la dictadura cívico militar de Dina Boluarte y el Congreso. Desde diciembre de 2021 se han generado tensiones en el pueblo movilizado respecto a las acciones artísticas en contexto de protesta. Más allá de la necesidad de mejorar las coordinaciones previas y de la participación en otras expresiones de protesta que se organizan, me ha llamado la atención el argumento "las artes banalizan la lucha, nos distraen de lo importante o es un simple entretenimiento" frente al otro argumento que dice "el arte es una forma de luchar y de generar conciencia sobre lo que está pasando".
Esta tensión se ha intensificado con la llegada de los carnavales que se realizan justo en las zonas donde se han efectuado masacres en los dos últimos meses. Ante la necesidad de enfrentar la arremetida represiva, fortalecer el espíritu combativo, diversificar las formas de lucha y ampliar la adhesión del bloque democrático que está enfrentando la dictadura, está discusión no resulta menor. Desde una mirada urbana, conservadora y/o academicista se puede ver que la gente "celebra sobre sus muertos" (frase que se viralizó en una publicación de Facebook, partiendo de dos premisas: que el goce que surge de la experiencia artística es peligro por alegre, corporal y seductor (un poderoso elemento de distracción); y que el arte no permite reflexionar críticamente sino que nos encierra en apariencias. Cierto es que la desesperación de no lograr los principales objetivos políticos de la movilización y las estrategias de amedrentamiento y criminalización de la dictadura han llevado a redoblar la disciplina y la desconfianza en otras acciones que no agudicen la confrontación callejera.
Desde una mirada mariateguista y arguediana, en tiempos de crisis la experiencia artística sólo puede ser gozosa si abre nuevos accesos de sentido, se estira los límites de lo imaginable y para ello debe confrontar con el poder establecido desde el plano corporal, simbólico, poético y racional; más aún si ello se articula con rituales y tradiciones masivas como los carnavales. Es por ello que vemos la potencia irónica y corrosiva del carnaval para denunciar al poderoso al mismo tiempo que se vive una experiencia que expresa la fuerza de la acción colectiva, renueva las energías vitales y derrocha creatividad en la lucha. En este momento de repliegue táctico de las movilizaciones, los actos artísticos y los carnavales han servido para reencontrarse con otra forma de movilización popular que, lejos de ensimismarse, se ha volcado contra la clase política y empresarial a punto de comparsas, coplas, danzas y música. Incluso se han registrado confrontaciones festivas, pero llenas de parodia y catarsis, ante las mal llamadas Fuerzas del Orden.
Las artes como posibilidad de construir nuevos sentidos del lado del corazón del pueblo movilizado y los carnavales como el acontecimiento de asombro y alegre rebeldía son formas válidas de lucha y también son ejercicios de imaginación colectiva para subvertir el desorden actual y prefigurar otros horizontes desde la rabia y la carcajada, desde el dolor y la esperanza. He ahí una radicalidad enraizada en la historia de nuestros pueblos en lucha y celebración.